Eucaristía de inicio del año jubilar del Gran Poder

EUCARISTÍA DE INICIO DEL AÑO JUBILAR DEL GRAN PODER

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY (ciclo C)
Sevilla, Baílica 23, XI, 2019

1.  Con esta Eucaristía inauguramos el año jubilar del Señor del Gran Poder, solicitado por un servidor al papa Francisco para conmemorar el IV centenario de la hechura de la sagrada imagen por el escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco. Pido al Señor en esta Eucaristía que los miembros de su hermandad lo viváis de forma especialmente intensa y comprometida, que sea un verdadero año de gracia, en el que renovéis vuestra fe, vuestra vida cristiana y vuestro compromiso apostólico, ahondéis en vuestra conversión a Jesucristo y descubráis que sólo Él es capaz de colmar las ansias de felicidad del corazón humano.

2. Iniciamos el año jubilar en la solemnidad de Jesucristo Rey. Las lecturas que acabamos de proclamar nos muestran la realeza de Cristo en tres planos: la primera nos ha narrado la unción de David como rey de Israel, figura de Cristo, el hijo de David; la segunda nos ha presentado a Jesús como rey del universo por ser su creador, y como cabeza y Señor de su Iglesia por ser su redentor. El evangelio nos ha mostrado el rostro sereno y majestuoso de quien, consumada la epopeya de nuestra redención, es coronado como rey en el árbol de la Cruz y es constituido como centro y fin de toda la historia humana y de la historia de la salvación.

3. En esta solemnidad reconocemos la realeza de Cristo y hacemos verdad aquello que cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”. Como nos ha dicho san Pablo, Él es la imagen de Dios invisible, el primogénito de entre los muertos, que es anterior a todo y en el que todo encuentra su consistencia (Col 1,15.17-18); el camino, verdad y vida del mundo (Jn 14,6), el salvador y redentor único y el único mediador entre Dios y los hombres (Hech 4,12; 1 Tim 2,5). Ante la realeza de Cristo, la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Es la actitud de humillar el espíritu ante el «Rey de la gloria» (Sal. 24,9-10) y el silencio respetuoso ante Dios, «siempre mayor» (S. Agustín, Sal 62,16)» (n. 2628). En esta mañana, en el inicio del año jubilar, hincamos las rodillas ante quien es “el centro de la humanidad, el gozo del corazón humano y la plenitud total de sus aspiraciones”.

4. La solemnidad de Cristo Rey nos emplaza a dejarnos conquistar definitivamente por Él, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos o intereses, sino como el único que realmente da plenitud a nuestras vidas. En esta solemnidad estamos llamados a aceptar con gozo la soberanía de Cristo sobre nuestra vida personal y familiar, sobre nuestros anhelos, sobre nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra afectividad y nuestra vida entera. En esta mañana, ante el Rey soberano que entrega libremente su vida por la salvación del mundo, entreguémosle nuestra vida para que la haga fecunda al servicio de su Reino, el Reino que nosotros debemos anunciar y extender. Y es que la realeza de Cristo tiene una dimensión social, imposible en una sociedad aconfesional y secularizada como la nuestra, sin el compromiso apostólico de los cristianos laicos, pues también a vosotros los laicos está dirigida la palabra de Jesús «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura».

5. Dios quiera que en este año tengáis la dicha de encontraros con Jesucristo convencidos de que Él es vuestro mayor tesoro. Si es así, debéis arder en deseos de compartirlo con las personas que entretejen vuestra vida. Como dijera el papa Benedicto a los Jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, “no se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer”. Evangelizar es la razón de ser de la Iglesia. Lo es especialmente en esta hora crucial de crisis global y de desesperanza. Los últimos Papas en múltiples ocasiones nos han emplazado a todos a la Nueva Evangelización. Ellos nos han dicho que “la evangelización del nuevo Milenio o se hace con los laicos o no se hará”. El papa Francisco, por su parte, nos ha urgido a ser una Iglesia en salida, a salir a las periferias, a las encrucijadas de los caminos, a buscar a los que se han marchado o nunca han estado en la mesa cálida y familiar de la Iglesia.

6. ¿Y cuál es el mensaje que debemos anunciar? El objeto de nuestro anuncio no puede ser otro que Jesucristo, un Jesucristo íntegro, el Cristo de los Evangelios, obviando la tentación de modular el mensaje de salvación de acuerdo con nuestra sensibilidad, con nuestros gustos o con las corrientes culturales que en estos momentos nos imponen un espeso silencio sobre Dios y sobre Jesucristo. Esto genera en nosotros un cierto pudor para hablar de Dios, rebajando los perfiles de la figura de Jesús hasta dejarlo irreconocible. Él es el único tesoro que la Iglesia puede ofrecer al mundo.

7.  Ocurre a veces que el anuncio de Jesucristo se convierte en una mera propuesta humanizadora, a la búsqueda de la promoción humana, la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz, la ecología, el diálogo entre los pueblos, las culturas y las religiones. Todas estas propuestas son estimables y entran dentro de la misión de la Iglesia, pero conducen a la secularización de la acción evangelizadora, si dejan en un segundo plano, consideran irrelevante o aplazan «sine die» el anuncio explícito de Jesucristo, pues como escribiera el Papa Pablo VI en la EA Evangelii Nuntiandi, «No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (n.22). Otro tanto dijo a los jóvenes en Madrid el papa Benedicto XVI: “Queridos jóvenes –les dijo- no os conforméis con algo menos que Jesucristo”.

8. En este año jubilar estáis invitados a implicaros en la misión. Al final de la Misa saldremos a la calle y nos encontraremos muchas personas rotas, sumidas en la desesperación y en la angustia, jóvenes y adultos que padecen una tremenda ceguera espiritual, que necesitan el milagro de la fe, que necesitan esperanza, que necesitan, sobre todo, a Cristo, luz, camino, verdad y vida de los hombres. Y nosotros estamos llamados a ser luz para tantos ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo; y a ser cayado de tantos cojos, que no tienen quien les sostenga y dirija en el camino de la vida.

9. De una cosa podemos estar ciertos: El anuncio de Jesucristo es la aportación más original y necesaria que podemos prestar a nuestros conciudadanos si lo hacemos con la fuerza con que lo hacían los Apóstoles en la Iglesia de los comienzos, con el convencimiento y arrojo con que lo hacía san Pablo (1 Cor 2,2). Pablo predica a Jesucristo con audacia y entusiasmo. Sin este coraje muy poco habrían podido hacer los primeros evangelizadores. Su valentía nace de la fe en el mensaje que predican, del amor apasionado a Jesucristo y de la certeza de su compañía y asistencia. Su coraje es el propio de quien ha encontrado algo grande y quiere compartirlo. Es la actitud de quien se ha encontrado con Dios y no puede acallar su suerte, porque en realidad, ha encontrado un tesoro.

10. Esta solemnidad nos invita a seguir al Señor con decisión y radicalidad renovadas, a aceptar con gozo la realeza y la soberanía de Cristo sobre nuestra vida personal y familiar, sobre nuestros anhelos y proyectos, sobre nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra salud y nuestra afectividad. En la solemnidad de Cristo Rey, ante el Señor del Gran Poder que se encamina a la entrega libre de su vida por la salvación del mundo, entreguémosle nuestra vida para que Él la llene y plenifique, para que Él la posea y oriente, para que la haga fecunda al servicio de su Reino. Así sea.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla